lunes, 26 de enero de 2009

Un buen artículo

Toca pasarlas canutas


Publicado el 19-01-2009 por Pilar Pilar Cambra. Redactora jefe de Expansión.


Ignoro qué cara pusieron los británicos cuando Winston Churchill les anunció un futuro de "sangre, sudor y lágrimas"; pero se tragaron el miedo y avanzaron.
Supongo que, aunque ustedes no tengan hijos –yo no los tengo–, conocerán bastante bien a un puñado de niños y adolescentes: sobrinos, retoños de amigos, críos del vecindario... Y sigo suponiendo que, como me ocurre a mí, les interesará profundizar en el universo mental en el que se mueven esas criaturas y que, en cierto modo, anuncia el futuro... Su futuro y el nuestro; porque el nuestro, en bastante medida, está en sus manos.
Igual, exactamente igual que ocurre con los adultos, hay críos admirables, estupendos, magníficos, regulares y hasta abominables... Sin embargo, esta amplísima gama de caracteres y personalidades que van de lo óptimo a lo pésimo tiene –me parece a mí– un denominador común... ¿Han descubierto cuál es el principal y casi único motor de actuación y de omisión de esas generaciones, su primera y principal motivación para hacer o no hacer las cosas?... ¡Claro que se han dado cuenta!... ¡Exacto!: la apetencia... No el "debo", "puedo", "quiero" o "no me da la gana", no: esas generaciones entran en acción, obedecen o se quedan tumbadas en el sillón según les "apetezca" o "no les apetezca"...
¿Y cuál es la madre de esa cordera llamada "apetencia"?: el placer o la incomodidad, señoras y señores. No hay más cáscaras: si, en un momento dado, se le pide al niño o al adolescente que haga algo que supone esfuerzo, incomodidad, salir del letargo, dejar de estar tumbado a la bartola, que nada, que no, que no le apetece... En cambio, si se le propone al crío algo grato, que le mole –noche de juegos de ordenador y pizzas, por ejemplo–, se apuntará el primero aunque tenga cuarenta grados de fiebre. Porque le apetece, naturalmente.
A veces me pregunto qué va suceder en el mundo del trabajo cuando sean esas generaciones las que nos sucedan en los muchos o pocos empleos que vayan quedando... Porque hay dos realidades que todos cuantos curramos experimentamos en nuestras carnes morenas: 1) la parte del león de nuestro tiempo de adultos se la lleva la tarea profesional: más que la comida, el sueño, el amor, la amistad, el descanso; y 2) entre un cincuenta y un setenta por ciento del tiempo que dedicamos a trabajar lo gastamos en cosas que no nos apetece hacer... Incluso en realizar cosas que nos repatean las tripas... Y ya podemos dar gracias porque, por esos mundos adelante, hay altísimos porcentajes de personal que se pasan el cien por cien de su jornada laboral –toda, todita, toda– tragando sapo tras sapo, disgusto tras disgusto... Personal al que no sólo no le ha gustado, ni le gusta, ni le gustará jamás aquella ocupación con la que no tiene más remedio que ganarse los garbanzos: ¡es que la odia con un odio absolutamente africano!
De modo que, entre que se nos vienen encima unas generaciones a las que no les "apetece" lo más mínimo vencerse, sacrificarse, esforzarse y entre que el futuro económico, empresarial y laboral pinta color ala de cuervo para una temporadita más larga que breve, ¿qué podemos hacer?... Porque es curioso, raro, extraño, inexplicable que a uno le enseñen tantas y tantas cosas para trabajar más y mejor –cómo formar buenos equipos, cómo incrementar las cualidades propias, cómo aprender de los más listos de la oficina, cómo manejarse en chino mandarín, cómo convencer al cliente potencial más reticente, cómo sacar agua rentable de una piedra de granito– menos una y muy esencial: cómo mantener el tipo, el ánimo, el buen espíritu cuando toca pasarlas canutas, cuando llega el tiempo de sufrir un poco –o un mucho– en nuestro trabajo diario.
Hasta ahora he citado a niños, a púberes, a adolescentes... Pero lo cierto es que tampoco los adultos –con toda la barba o con todo el rimmel en las pestañas– aceptamos de buen grado el inevitable aprendizaje de cómo llevar el sufrimiento sin convertirnos en una fuente de quejidos, ayes, protestas y lamentaciones... No, no aceptamos pasarlo ni un pelo mal; de ahí que algunos hayan definido nuestros tiempos como los de los analgésicos, los ansiolíticos y los antidepresivos (¡benditos sean, claro está!)... Una leve jaqueca nos deja más mustios que un geranio sin riego; un jefe muy exigente nos saca de quicio; una urgencia que nos obliga a dedicar dos horas más al trabajo nos pone frenéticos; una sospecha de que la crisis, cualquier crisis, tal vez nos obligue a currar un poco más ganando un poco menos nos provoca alaridos...
¡Ah no, por favor!: yo no tengo ni un miligramo de masoquista... Me da tanto yuyu el sufrimiento como al que más; tengo refinadas técnicas para escapar de cualquier molestia evitable... Pero la vida, el trabajo, la experiencia me han confirmado que, cuando el sufrimiento, el "sangre, sudor y lágrimas" es insoslayable, más vale apretar los dientes, embestir contra las tinieblas para abrirse paso y dejar de quejarse. Porque con los lamentos se pierde mucha de la fuerza necesaria en el combate. Bastante fuerza...

3 comentarios:

Santi dijo...

Totalmente de acuerdo. No tengo nada más que decir.

Angelillo dijo...

Exacto, el post da en el clavo.
Al respecto, merece la pena ver la película "Idiocracia", trata de una población que en vez de evolucionar, involuciona, y la gente se vuelve mediocre e imbécil, sólo ven tele, porno y comen golosinas y patatas fritas. El Presidente de USA es un actor porno luchador de Pressing Catch. En el fondo la película trata en clave de humor el problema de la escasa cultura del esfuerzo que hay hoy en día, y nos avisa de qué pasará si dejamos que esto siga adelante.

dr dijo...

No sabía de la película, tomo nota...